martes, 15 de marzo de 2011

La gran importancia de los pequeños detalles

Se prepararon para la primera cita. Sería la primera vez que se verían, se tocarían, se hablarían en persona, se olerían y se sentirían.

            Él estaba nervioso. Tardó horas en elegir su peinado, su ropa y las primeras palabras que le diría. Para él, tanto el físico como la primera impresión eran cosas muy importantes; siempre había sido así de vanidoso, su madre se lo decía cada día.

            Ella se encontraba tranquila. Poco antes de la hora se comenzó a vestir, no tardó ni mucho ni poco, pero se detuvo lo suficiente para elegir el perfume que se pondría; el aroma que llevaría toda la noche. Lo más importante para ella, sin duda.

            Él salió de su casa, por la puerta del jardín, como siempre, y se dirigió a aquel restaurante en aquella solitaria esquina donde la vería a ella por primera vez. Algo le incomodó, notaba que le faltaba un insignificante trozo de la perfección que buscaba. Un detalle, tan pequeño que carecía de importancia. Pero no lograba averiguar qué era. Aligeró el paso y entró al restaurante.

            Ella salió de su pequeño pero acogedor apartamento. Llegó al restaurante, su favorito, y se sentó en la mesa de siempre: la mesa nº 6. Esperó tranquila y alegre, como era ella.

            Él, dentro del restaurante y sin acordarse todavía de aquel pequeño detalle, pensaba en cómo sería. Se la había imaginado de todas las formas posibles, todas hermosas. Esperaba que desde el primer momento le hiciera sentir bien, más que bien, como un niño en un parque de bolas de colores. Buscó y se fijó en cada mirada hasta encontrar alguna que le llamara la atención, que le hiciera sentir esos famosos cosquilleos en el estómago que nunca había sentido. Y ahí estaba, en la mesa nº 6.

            Ella sintió que alguien se le acercaba y le preguntaba por su nombre. Era él. Se sentó. Hablaron y hablaron durante horas. Todo era perfecto. Ella no podía ver…pero podía sentir, escuchar y oler. Se dio cuenta de que algo faltaba. Le pidió a él que se acercara, sin temor. Ella le olió el cuello, como un dulce y cariñoso cachorro.
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-                             -  No llevas perfume –dijo ella-. ¿Por qué no llevas perfume?

Él se percato del pequeñísimo detalle que echaba antes en falta.
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                             -  No…

Ella se levantó, cogió su bolso y se fue.


Si él ese día se había olvidado de un simple e insignificante detalle como ese, qué pasaría si siguieran juntos... ¿Se olvidaría de decirle “¡Buenos días!" cada mañana? O con el tiempo, ¿se olvidaría de quererle?

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